Eduardo González Viaña vino volando desde Estados Unidos, pero casi no aterriza en Trujillo por una conjura entre el clima nublado y la falta de gasolina.
–Eduardo, si mal no estoy enterado, tú te inicias muy joven en el mundo del periodismo…
–Claro, era cuando los periódicos, incluida La Industria, se hacían con linotipo y planchas de plomo. Yo, en La Unión de Pacasmayo, cuando tenía once años, era corrector de pruebas…
–¿¡A los once años eras corrector de pruebas!?
–(Risas) Sí, era de esos niños adelantados…
–¿Y qué te decía la gente mayor que trabajaba contigo?
–El director del periódico era gran amigo de mi papá y notó que tenía buena ortografía. Luego descubrí que La Unión de Pacasmayo era un periódico que se hacía como a principios del siglo XX, con correspondencias; llegaban cartas de todos los distritos de la provincia.
–O sea que tú sabías la vida y milagros de todo el valle…
–(Risas) Yo alteraba las cartas y entonces el corresponsal de Chepén se quejó porque resultaba que el cerro de esa localidad había aparecido una cosa milagrosa, entonces el director me dijo: “Eduardo, usted no debe ser sólo periodista, usted debe ser escritor” (risas).