domingo, 20 de enero de 2013

“Soy como los gitanos, me adapto a cualquier lugar”




Gianni Ceron Epidotti es el dueño de un emblemático café del centro de Trujillo.  Dice que es temperamental, pero que se “enfría rápido”. Él contó parte de su vida en una cena donde no faltó la buena pasta y un espirituoso vino tinto.


–Cuénteme, don Gianni, ¿cómo así llega a Trujillo?

–Yo me casé con una trujillana, me fui a mi tierra, Venecia, a vivir, vivimos ahí un año y después, debido a la nostalgia de la familia, de parte de mi señora, pensamos en venir al Perú.



–¿Y en qué momento asume la administración del Demarco?

–Yo tengo más de 50 años de trayectoria en el rubro de restaurantes y bares. Una noche,en el Club Libertad, un paisano me dijo que el señor Demarco quería vender su restaurante. Me dijo: “eso está bien para ti”. Fuimos con mi señora y mi suegro para ver las condiciones, y Demarco nos dio todas las facilidades porque él quería regresar a Italia.



–¿Y cuando ya estaba al frente, le pareció que este era el negocio que quería seguir?

–Había muchas cosas por hacer, tuve que arreglar el mobiliario, cambiar el piso y otros arreglos.



–¿Cuál es el secreto del éxito de su negocio, que tiene tantos años?

–Yo tuve buenos consejeros cuando trabajé muchos en Italia. Uno de ellos que me dijo: “tú dale de comer bien a la gente, cóbrale lo correcto y no se quejará”. Pero si tú le das una porcioncita de dieta y le cobras, el cliente viene una vez y ya no regresa.



–Pero acá los precios no son baratos…

–Sí, quizás, pero tenemos dos tipos de menúes, y especial incluye una copa de vino, o cerveza y eso queda a elección del cliente.



–¿Cómo es su forma de dirigir a sus empleados?

–Bueno, hay siempre que ir limando como el lápiz. Muchas veces hay que llamar la atención, “mira, que esto está mal; mira, que el cliente está esperando”, y lo importante es hacerles recordar que el cliente es cliente hasta que sale del local, no solo cuando se le sirve su pedido.


–¿Le costó mucho acostumbrarse al Perú, dejar su familia en Italia?

–No, porque yo tenía otra familia acá. Además, yo soy igual que los gitanos, en cualquier lugar me acomodo (risas).



–Su hijo falleció en un hospital de Trujillo, ¿cómo enfrentó ese duro momento?

–Mi primera reacción fue pensar por qué, con tanto delincuente que hay, tenía que ser mi hijo el que moría; después de un tiempo me puse a pensar: “Cristo, tú eres un ser injusto”, porque yo era el más viejo y me esperaba a mí ese turno, pero más tarde, me dije: “si tú, Cristo, que  eres el dueño de todo y te dejaste meter en la cruz, qué podemos esperar nosotros”.



–¿Y usted cree mucho en Jesús?

–Bueno, yo soy cristiano católico, creo en Cristo, pero no en Dios.



–No cree en Dios…

–No, Dios es el inicio de una fábula, algo surreal; Cristo sí fue un personaje que sí vivió aquí en la Tierra, fue real.



–¿Es usted de buen carácter o un poco colérico?

–Hay momentos que reacciono, pero también me enfrío rápido.



–O sea que usted tiene el espíritu sanguíneo de los italianos…

–Sí, sí, soy muy chispita.



–¿Y su esposa, en todos estos años, qué le dice a usted?

–Hay momentos que me decía que era un loco (risas).Robaban por acá (en el jirón Pizarro) y yo me metía a seguir al ladrón, lo agarraba y lo llevaba a la comisaría.



–¿De verdad?

–Sí, mi esposa me decía: “¿por qué te metes?, algún día te van a dar una cuchillada”, pero mi instinto me impulsaba a hacer eso, quizá sea porque yo estaba en la barriga de mi mamá cuando fue la Segunda Guerra Mundial (risas).



–¿Cuál diría que es su mayor virtud?

–Bueno, yo no puedo decirlo, eso debe decirlo el público.



–Pero qué le dice la gente, su esposa…

–Bueno, en el matrimonio siempre hay subidas y bajadas, el que dice que no ha discutido nunca, yo le diría “eres un mentiroso”. Lo importante es saber la responsabilidad de cada uno y no existe en el matrimonio el bueno o el malo, la cuestión es saber resolver los problemas.

–Lo interesante es que usted es exitoso en los negocios y también en el amor…

–(Risas) Yo conocí a mi señora en dos noches…



–¡En dos noches!

–En Venecia, yo le decía, ¿por qué te regresas a Trujillo?



–O sea que fue un amor a primera vista…

–Sí, sí. Ella estaba en la Plaza San Marcos y me dijo: “por favor, ¿me puede tomar una foto?”.Donde había miles de turistas, justamente me tocó a mí (risas).



–¿Y qué le impactó de ella?

–La forma de su cara, la veía diferente, sentía dentro de míalgo diferente.



–¿Qué le gusta y qué le molesta de Trujillo?

–Bueno, la gente es muy buena, muy cordial, pero lo que a mí me irrita es que no respeten las reglas; hay un semáforo que está en rojo y la gente cruza. Un semáforo lo han instalado por un motivo, para que la gente lo respete. Yo manejo por la avenida Juan Pablo II, a las dos de la madrugada, el semáforo está en rojo y yo me paro.



–Una anécdota especial de su restaurante que me pueda contar…

–La primera vez que vino Raphael a Trujillo, vino a cenar acá. Me dijo que él también conocía Venecia, que había estado allá de luna de miel. Lo atendimos con sandwichs y bebidas durante el intermedio de su actuación en el Gran Chimú.



–¿Y le gustó la comida?
–Sí, estuvieron acá hasta las tres de la mañana.