domingo, 23 de agosto de 2015

Bajo el brillo de Las Vegas



Las Vegas es el imperio de lo superlativo. No hace mucho, un jeque árabe reservó todo un piso de un exclusivo hotel para poder gozar sin intromisiones del lujo al que está acostumbrado. Trajo consigo su flota de cocineros, mayordomos, choferes, guardaespaldas, doncellas y esclavos. Sí, esclavos.  Me lo cuenta Magna, quien trabaja como manager de piso en el Aria, uno de los superhoteles que florecen a lo largo del llamado strip de la Ciudad del Pecado, mientras conduce por la autopista. La fastuosidad de estos hoteles deslumbra por donde se le mire; casi podría decirse que sus pisos alfombrados, su profusa iluminación, sus monumentales dimensiones, su impecable servicio y, claro está, sus gigantescos casinos, forman parte de un reino encantado. Un planeta diseñado milimétricamente para que el turista gaste hasta el último dólar mientras contempla boquiabierto el esplendor de sus luces multicolores.

La clásica imagen de los casinos y apostadores que suelen mostrar las películas es solo una pequeña parte de lo que Las Vegas esconde en sus entrañas. En las calles la oferta va desde estupendos músicos callejeros hasta modernos trenes que circulan por lo alto de hoteles. Precisamente, caminando por el strip, descubro una exhibición que pasa inadvertida para la horda de turistas que invade las calles de Las Vegas las 24 horas del día, los 7 días de la semana. Se trata de una exposición de los suntuosos trajes que usó Liberace, el extravagante, homosexual y millonario pianista ítalo-americano que cautivó a miles de personas con sus emotivos recitales. Cada uno de los trajes está avaluado en varios de cientos de miles de dólares. Nada extraño si se tiene en cuenta que las prendas fueron confeccionadas por afamados diseñadores internacionales y están hechas de armiño, seda, piedras preciosas y otros detalles. Puestas sobre el maniquí, parece como si el espectador estuviera contemplando los trajes de un semidiós barroco rumbo al Olimpo. Será por eso, dicen, que Liberace cobraba en grande cuando se trataba de subir a un escenario. Después de todo, las ventas estaban aseguradas por su carisma irresistible, el glamour y la pasión con que el extravagante artista se entregaba a las teclas.

domingo, 9 de agosto de 2015

“Al arte no se llega por una varita mágica”



Pase lo que pase, Juan Manuel Ochoa seguirá siendo ‘El Jaguar’ para el común de los peruanos. Y es que el personaje de la película La ciudad y los perros le dio más fama que fortuna. El actor habla de su trabajo artístico y de los altos y bajos de su vida.

–¿Te siguen llamando ‘Jaguar’ en las calles o esa tendencia ha disminuido?
–Al contrario, ha subido porque aunque te parezca mentira, cada año más gente ve La ciudad y los perros –la compran en DVD y está en todas partes–, y como la novela es parte del Plan Lector, hay una nueva generación que ha visto la película.

–¿Y no te fastidia eso?
–No, no, porque para mí es un privilegio haber hecho una película hace tanto tiempo, han pasado más de 30 años y sigue en vigencia, y que me ha dado un nombre en la cinematografía peruana.

–¿Cuál crees que fue la magia de ese personaje para calar tanto en la memoria colectiva?
–Yo creo que el personaje está muy bien diseñado, tanto así que en una oportunidad que coincidí con Mario Vargas Llosa me dijo, luego de ver la película: “después de haberte visto ya no concibo al Jaguar diferente que tú”.

–Que lo diga el propio autor es el elogio más grande que te pueden hacer…
–Tienes toda la razón, La ciudad y los perros me ha traído muchas cosas buenas.

–La fama te llegó rápido, eras un muchacho. Me imagino que esto en un momento te trajo problemas.
–Yo tenía 25 años, había egresado de la Escuela de Teatro ya había hecho algo de teatro, pero con la película la fama llegó de sopetón, la fama puede marearte, imagínate.

–¿Tú te mareaste?
–Al principio es inevitable. De repente sales, y de la noche a la mañana, la gente te conoce en las calles, te pasan la voz, te revientan cohetes, vas a un baile y las chicas quieren bailar contigo… es fuerte eso, puede ser a veces chocante, porque para tu familia tú sigues siempre el mismo. Para mí fue muy importante en esos momentos el peso de mi formación académica, porque te da tres cosas invaluables: discplina, ética y mística, eso es lo que te hace recordar que eres solo un actor y que la fama son gajes del oficio.

–Que es una ola, y que va a pasar…
–Que es una ola, y así como pueden decir cosas bonitas de ti, cuidado que también pueden decir cosas terribles.

–Son las dos caras de la moneda…
–Exacto, y te hace ver que no estás haciendo nada extraordinario que otro profesional pueda hacer. Mi trabajo  es construir personajes, eso en el teatro está más regulado porque termina el show y el personaje se va, en el cine y en la televisión son rodajes que pueden durar semanas, y donde estás como en una burbuja. Además estás siendo atendido por un staff de personas que atienden lo que necesitas. Cuando termina el rodaje y vas a tu casa, te has ido a tomar unos tragos con los compañeros del rodaje, llegas a la 1 de la mañana y tu mujer está caliente, y tú lo último que quieres es discutir porque mañana te van a recoger a las 7 de la mañana.

–Lo que tú dices es bien interesante porque la gente que no está en este mundo piensa que la vida del actor es fácil y llena de glamour.
–Hay bastante chamba. Yo sostengo que al arte en general no se llega por una varita mágica ni tocado por una mano divina, implica sumergirte en investigación histórica, psicológica y un ensayo permanente para que construir bien el personaje.

–Dijiste en una entrevista que quizá no habías trascendido en el extranjero porque te faltaba un manager, ¿lo dijiste en broma o en serio?
–No, en serio, ahora sí ya lo tengo (risas), ya me están llegando unas propuestas interesantes.

–Tocaste fondo con el tema de las drogas, ¿te queda algún vicio?
–Bueno, las adicciones no se curan jamás, aprendí a manejarlo, a quitarles espacios. En estos últimos años nació mi hija y eso ha significado una motivación nueva, tanto así que estoy con mi nueva pareja durante diez años.