Las
Vegas es el imperio de lo superlativo. No hace mucho, un jeque árabe reservó
todo un piso de un exclusivo hotel para poder gozar sin intromisiones del lujo
al que está acostumbrado. Trajo consigo su flota de cocineros, mayordomos,
choferes, guardaespaldas, doncellas y esclavos. Sí, esclavos. Me lo cuenta Magna, quien trabaja como
manager de piso en el Aria, uno de
los superhoteles que florecen a lo largo del llamado strip de la Ciudad del Pecado, mientras conduce por la autopista.
La fastuosidad de estos hoteles deslumbra por donde se le mire; casi podría
decirse que sus pisos alfombrados, su profusa iluminación, sus monumentales
dimensiones, su impecable servicio y, claro está, sus gigantescos casinos,
forman parte de un reino encantado. Un planeta diseñado milimétricamente para
que el turista gaste hasta el último dólar mientras contempla boquiabierto el
esplendor de sus luces multicolores.
La
clásica imagen de los casinos y apostadores que suelen mostrar las películas es
solo una pequeña parte de lo que Las Vegas esconde en sus entrañas. En las
calles la oferta va desde estupendos músicos callejeros hasta modernos trenes
que circulan por lo alto de hoteles. Precisamente, caminando por el strip, descubro una exhibición que pasa
inadvertida para la horda de turistas que invade las calles de Las Vegas las 24
horas del día, los 7 días de la semana. Se trata de una exposición de los
suntuosos trajes que usó Liberace, el extravagante, homosexual y millonario
pianista ítalo-americano que cautivó a miles de personas con sus emotivos
recitales. Cada uno de los trajes está avaluado en varios de cientos de miles
de dólares. Nada extraño si se tiene en cuenta que las prendas fueron
confeccionadas por afamados diseñadores internacionales y están hechas de
armiño, seda, piedras preciosas y otros detalles. Puestas sobre el maniquí,
parece como si el espectador estuviera contemplando los trajes de un semidiós
barroco rumbo al Olimpo. Será por eso, dicen, que Liberace cobraba en grande
cuando se trataba de subir a un escenario. Después de todo, las ventas estaban
aseguradas por su carisma irresistible, el glamour y la pasión con que el
extravagante artista se entregaba a las teclas.